sábado, 5 de marzo de 2011

Un poema para el Día de las Mujeres

Es verdad. La defensa de la igualdad de géneros, el compromiso con los principios de la igualdad y dignidad de las mujeres es una cuestión más de hechos que de leer poemas. Si mandas a callar un machista, o le dices que nos participas de sus comentarios, posiblemente haces más por la igualdad de hombres y mujeres que escribir un post o poner tu voz a un poema. De todas formas, nunca viene mal una declaración de buenas intenciones.


El Día de las Mujeres "no es nada" y "es mucho". Podría ser un suceso frívolo prescindible, un episodio en el candelario que representa las buenas formas. Uno más. Sin embargo, también podría retratar un significado sereno que invita a reflexionar sobre el grado de madurez con que la sociedad ha interiorizado el respeto por las mujeres. Quizás la poesía sea un observatorio objetivo, algo que declare lo inaccesible para el estadístico.


En el fondo deseamos pensar que de alguna forma los poemas reflejan diminutas verdades que hacen palpable lo oculto, lo escondido en los recovecos de las prácticas sociales. Quizás la poesía te retire la máscara.


La sensibilidad es también un tipo de acción. Como expresión de lo íntimo, muestra a veces historias y vivencias personales, premisas subjetivas para el desencanto o el encantamiento del lector, el cual cree reconocer algo sin saber qué es exactamente. La información poética es gracil y fidedigna. Tal vez la poesía contacte con la esfera de lo inexpresable, significados que apenas ser aludidos. ¿Cuánto te evoca la palabra 'mujer'? Quizás alguien que lea un poema comprenda valores necesarios para mejorar. Quizás un poema sostenga - ingrávida - la emoción necesaria para el cambio.


La profesora Calola , del Departamento de Lengua y Literatura, nos ha entregado un poema sobre la mujer, dos oportunidades para el cambio social. Su autora es Céu de Buarque.


En una cajita de incienso, guardé los pétalos negros.
No tenía la delicada bailarina con quimono de seda,
esa que gira y gira al son de una música oriental,
tan solo recuerdos que prometí olvidar.
Los encerré con mis dedos otrora quebrados,
huellas del maltrato, falanges hartas de aguantar.


La sellé con un moño de seda rojo,
enhebrando mil conjuros y en una ceremonia
dejé que ardieran con la llama de mi nuevo amor.


Se fueron volviendo cenizas,
mientras contaba una a una las lágrimas
que no volverían a rozar mi rostro.


Nadie,
dije mirando al reflejo de mi semblante cansado,
nadie volverá a levantar su mano, desafiando
esta libertad conquistada.
Yo decido quien quiero ser,
voy a empezar por ser refugio de mis hijos,
volveré a pintar y a escribir.
Sí. Y en cuanto deje el trabajo en el hospital,
viajaré con ellos para conocer el mar, sí,
eso haremos.
Arde caja, arde junto a esa que no seré.
Las caricias tendrán que recorrer un largo camino,
ahora lo sé:
yo soy Juana… yo valgo

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